Hoy he vuelto a ir a la piscina del polideportivo municipal, a nadar y ejercitar un poco el cuerpo. Es algo necesario para mantenerse en forma, aunque me da una pereza terrible.
No había mucha gente, la verdad, con los calores prefieren estar al aire libre. Pero aún así, 2 personas por calle ya estábamos, lo que para ser un Domingo a media mañana me pareció hasta mucho.
La sesión piscinera ha trascurrido sin novedad. Mañana tendré agujetas y como primer día en mucho tiempo, no he hecho más de 2 largos seguidos. Para el siguiente serán 3, 4, y así sucesivamente.
Pero lo que me ha llamado la atención ha sido en los vestuarios un señor que, haciendo uso y abuso del secador de mano, el que está anclado en la pared, se ha secado con su santa paciencia las chanclas con las que salía de la ducha con todo el cuidado que ha podido, antes de guardarlas en la mochila directamente, sin la bolsa de plástico a la que yo estoy siempre acostumbrado.
Pero eso no es todo, porque seguidamente ha vuelto a la zona de los secadores, cogiendo esta vez el de mano, y con gran esmero se ha secado las orejas.
No sé si sería que tenía mucho pelo, alguna infección de oído o que esa era su idea de aseo personal habitual. Desde luego, me ha parecido una curiosidad digna de contar.
Por cierto, hay carteles en los vestuarios de que está prohibido lavar las chanclas en los lavabos, pero de secarlas no dice nada, así que me alegro por el hombre, que pudo salir contento y con menos agua en el cuerpo y la mochila que el resto de nosotros.
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